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Uno de mis últimos libros sacados de la biblioteca municipal y que ha resultado ser todo un descubrimiento. No me acuerdo cómo llegué a anotarlo en mi lista pero puede que pase a la lista de «Libros que quiero comprar o que me regalen» XD. Aporta una visión sobre esta nueva era colonizada por los medios de comunicación interactivos y cómo tenemos el poder de cambiar, de reescribir nuestro comportamiento tanto en el trabajo como seres en la comunidad en la que vivimos. Lo recomendaría para clases de Filosofía y estudios centrados en Comunicación y Márketing.

Nube de tags de la obra: moneda social, código abierto, colectivismo, conexión, Nuevo Renacimiento, de vuelta a la caja, innovación, tecnología, política monetaria, manipulación del consumidor, screenager, patrones.

Traducción: María Isabel Merino

El autor neoyorquino, Douglas Rushkoff, es escritor, profesor y documentalista. Autor de + de una docena de libros sobre medios de comunicación de masas, tecnología y cultura, algunos de ellos best sellers mundiales. A mediados de los 90 Rushkoff se consolidó como una de las voces+ activas del movimiento Cyberpunk a través de sus propios escritos y colaboraciones con figuras importantes de la época. Es uno de los comentaristas de actualidad de mayor prestigio de Estados Unidos y colabora de forma habitual en medios tan importantes como Time Magazine o The New York Times.

Os dejo una selección de ideas extraídas del libro:

«En la actualidad y para la mayoría de personas, el trabajo no resulta muy placentero. Nuestras tareas diarias y las estrategias a largo plazo hacia las que nos dirigimos ya no están ancladas en absoluto en nuestros valores y competencias fundamentales. Es un síntoma de nuestra era, perceptible en todo el espectro de nuestra cultura tan influida por los medios de comunicación como por el mercado. Tanto en el trabajo como en el placer, produciendo o consumiendo, falta algo.

No nos relacionamos con los demás para intercambiar virus; intercambiamos virus como excusa para relacionarnos con los demás. Los virus mediáticos y su masiva capacidad promocional dependen del nuevo espíritu colectivo de nuestra era y de la creciente necesidad de moneda social que es consecuencia de él. No tiene nada que ver con convencer a unos cuantos individuos clave para que nos ayuden a vender unos productos, sino con crear unos productos que nos ofrezcan a todos la moneda que necesitamos para forjar unas conexiones sociales. Los mejores productos y marcas de este entorno no sirven para ayudar a que alguien se destaque, tienen mucho +que ver con ayudarnos a encajar. Para la mayoría de los consumidores, sus coches, sus aparatos electrónicos y hasta sus zapatillas deportivas son medios de comunicarse y conectar con los demás.

La mentalidad del hacker nos rodea y se pone de manifiesto en todo, desde la arrogancia de averiguar cuál es el código genético completo y atreverse a la clonación humana hasta un número cada vez mayor de nuevas traducciones de la Biblia.

Éste es el auténtico legado del movimiento del código abierto, malentendido incluso por muchos de los que participan en él únicamente como un medio para desarrollar sistemas operativos para ordenadores, y subestimando en su posible efecto incluso por sus + acérrimos oponentes. Según mi análisis, el movimiento se basa en 3 supuestos de largo alcance:

  1. Los sistemas que rigen nuestra vida son invenciones y convenciones.
  2. Los códigos en que se sustentan esos sistemas se pueden aprender y reescribir.
  3. Este proceso es mejor llevarlo a cabo en colaboración.

Abandonar la pasividad para conseguir perspectiva y luego el poder de la autoría.

No hay nada como una crisis para dejar al descubierto la fibra de una relación. Si una empresa tiene problemas-problemas de verdad-¿sus clientes se volverán contra ella o acudirán corriendo en su ayuda?

Hace unos veranos, hubo un apagón tremendo en el nordeste de Estados Unidos. Yo vivía en el East Village de Nueva York por aquel entonces, un barrio poblado por artistas ricos, adictos sin hogar, y casi cualquier cosa entre esos dos extremos. La gente que vivía en nuestro bloque tenía poco donde elegir para comprar comida: los coreanos de la esquina, la bodega puertorriqueña o un nuevo supermercado. Cuando se produjo el apagón, cada uno de los tres competidores decidió su destino.

Siguiendo órdenes de la central, el supermercado cerró sus puertas. Incluso puso un par de guardias, seguramente para impedir el saqueo.

La tienda de la esquina, en cambio, comprendiendo que la electricidad iba a tardar en volver, puso en práctica algo parecido a una política de clientes favorecidos. El propietario se colocó a la puerta, fingiendo que la tienda estaba cerrada, pero cuando veía a alguien que conocía, le permitía que entrara en la tienda y revolviera hasta encontrar lo que necesitaba. En lugar de la caja registradora, usaba una linterna y una calculadora de pilas, los impuestos se recaudaban como es debido.

La bodega, sin embargo, decidió convertir toda aquella crisis en una oportunidad para celebrarlo. Un equipo de música que funcionaba con pilas lanzaba música a todo volumen por la calle, que estaba llena de familias. Iluminada con velas votivas, la bodega tenía el aspecto de una capilla diminuta, aunque sucia. La distinción entre cliente y tendero no existía. La gente buscaba lo que necesitaba en las estanterías y luego pasaba el dinero por encima del mostrador, donde lo metían en una caja de puros. Hablaban a gritos, en inglés y en español, para que les devolvieran el cambio.

No hace falta decir que el supermercado no hizo muchos amigos durante los 3 días que permaneció bajo el asedio que se había impuesto a sí mismo. Su actitud hizo que los residentes de nuestro pequeño vecindario nos sintiéramos como colonizados por un enemigo. Sólo llevaba abierto unas pocas semanas. Habíamos soportado meses de construcción, calles cerradas, incluso el desalojo de las personas que vivían en los pisos encima de lo que iba a ser el supermercado. Esta crisis era una oportunidad para que la tienda demostrara que podía servir a la comunidad con cuyo territorio se había quedado.

En cambio, al ver a su clientela como una amenaza + que como un apoyo, despilfarró una oportunidad espléndida, la única que tendría antes de hacer brillar su reputación en el barrio como empresa explotadora en la que no hay que confiar. La ironía es que, después de estar cerrada durante 3 días, la tienda tuvo que seguir cerrada varios días para limpiar y reemplazar las existencias estropeadas. Perdió miles de dólares en carne y productos lácteos que podría haber vendido o incluso regalado y cualquieras de las 2 opciones habría sido recompensada por el barrio con una lealtad duradera. Hasta el día de hoy, los únicos que compran allí lo hacen a regañadientes o cuando no tienen tiempo de salir hasta la próxima tienda de comestibles.

La tienda de esquina se ganó fama de estirada y selectiva. Quizá fuera lo que querían, pero han conservado una base pequeña de clientes formada por blancos ricos y han subido los precios en consecuencia. La mayoría de los miembros de la comunidad van a la bodega a la vuelta de la esquina, que se ha afirmado como centro de la actividad del vecindario, ampliando su clientela a todos los que vivimos su fiesta de 3 días y a todos nuestros amigos.»

Enlaces: web oficial de Douglas Rushkoff

Fuente: Artículo en español sobre Douglas Rushkoff

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